Buscando una solución, empecé a seguir los típicos consejos de “solo come más para crecer”. Aumenté mis porciones y, sobre todo, mi consumo de carbohidratos de manera excesiva, creyendo que era la clave para ganar masa muscular, como había escuchado. Y sí, mi peso subió… pero con ello vinieron problemas inesperados. Pasé de ser muy delgado a aumentar de peso constantemente, ganando tanto músculo como grasa en exceso. Creía que era parte del proceso, que “ya definiría después”, pero lo que no me di cuenta en ese momento era que mi salud se estaba deteriorando por completo.

A medida que mi peso aumentaba, empecé a sentirme cada vez peor. Estaba cansado todo el día, fatigado, mi calidad de sueño era pésima y mi rendimiento no mejoraba. Pensé que era normal, que quizá solo tenía que entrenar más duro. Pero mi cuerpo empezó a enviarme señales claras de que algo estaba mal. Un año después, decidí hacerme estudios médicos y el resultado fue alarmante: tenía hígado graso en etapa inicial. No podía creerlo; era joven, hacía ejercicio todos los días, pero mi alimentación en ese momento me estaba afectando.

Además de esto, me empezaron a salir estrías por el aumento descontrolado de peso y, para empeorar la situación, sufrí dos hernias debido a entrenamientos mal planificados y sin control.

Después de un par de años en esa situación, sin conocer el poder de la comida y con aumentos de peso nada estratégicos, no solo mi físico se veía afectado, sino también mi mente. A pesar de haber logrado “ganar músculo”, me sentía peor que nunca. Con el tiempo, tras llevar un estilo de vida poco consciente de la verdadera salud, me diagnosticaron depresión leve, algo que jamás había experimentado y cuya relación con mi estilo de vida, en ese momento, no comprendía.